Acabo de tornar de la infortunada aquests dies Grècia. Era al Dodecanès. Feia anys que no em trobava tan prop del mar. Cada dia, els gats, el mar, les fronteres, em feien recordar el poema XII de “Post Aetatem Nostram” de Joseph Brodsky. El transcric en la traducció castellana de Ricard San Vicente (Joseph Brodsky, No vendrà el diluvio tras nosotros. Antología poética 1960-1996, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2000). Com és que encara ningú no s’ha decidit a publicar Brodsky en català?
Al proponerse cruzar la frontera, el griego
consiguió un saco de gran tamaño, luego
en los alrededores del mercado cazó
hasta doce gatos (a cual más negro) y con
la maullante y alborotada carga
llegó de noche al bosque fronterizo.
La luna brillaba, como siempre
brilla en julio. Los perros guardianes
cubrían, cómo no, cualquier barranco
con su ladrar dolido: los gatos dejaron
de armar escándalo en el saco y casi se calmaron.
Y el griego pronunció en voz baja: “En esta hora,
Atenea, no me dejes. Ábreme camino”.
Y para sus adentros añadió:
“En esta parte de la frontera
dejo seis gatos sólo. Ni uno más.
Un perro no se subirá a un pino.
Y en cuanto a los soldados, son supersticiosos.
Todo salió a pedir de boca. Y luna,
perros, gatos, pinos, la superstición:
todo el mecanismo funcionó.
Se encaramó al puerto. Pero en el instante
en que ya tenía un pie en el otro imperio,
descubrió aquello que había descuidado:
dándose la vuelta, vio el mar.
El mar se extendía abajo a lo lejos.
A diferencia de los animales, el hombre
es capaz de abandonar aquello que ama
(sólo para distinguirse de ellos).
Mas, como del perro la saliva,
las lágrimas descubren su naturaleza animal.
“¡Oh, Thalassa!...”
Pero en este maldito mundo
no puedes dejarte ver por tanto tiempo
en un alto y a la luz lunar, si no quieres
convertirte en blanco. Alzando el fardo,
el hombre comenzó a descender con tiento hacia abajo,
al interior del continente; y a su encuentro se alzaba
la cresta de un pinar trocando el horizonte.
1970
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