Farem una mica d'autopromoció. Acaba de sortir el següent llibre:
Com a mostra, presentem l'inici de la novel·la (en el fons, és una trilogia, i el que es publica n'és la primera part). L'estil tallat, ple d'imatges, poètic, amb els punts suspensius que es repeteixen constantment, segueix al llarg de les més de 290 pàgines.
Así dejamos Basilea. Gerbesgäsli… rue Helder… Steinenvorstadt… Nadelberg… rue de Bourg… Vino mucha gente a casa, sobre todo policías. Unos de uniforme, otros de paisano. Entre estos últimos, había algunos que parecían vendedores del mercado central, otros, con sus anchos sombreros de terciopelo negro, eran como bailarines de varietés. A través de la Luisenplatz dos policías uniformados nos acompañaron, con el equipaje esencial, a la estación. La gente se paraba y miraba. Pasamos por un puentecito sobre un riachuelo, donde apenas una hora y media antes había estado jugando con guijarros amarillos en una roca artificial. Finalmente, nos vamos… ¡Adiós Basilea!
Viajamos desde la una de la tarde… Iba de aquí para allá, entrando y saliendo… Las ventanas a ambos lados del vagón ofrecían una vista interesante de las casas y de la gente… En el pasillo tenía todas las ventanas para mí. De vez en cuando mamá me gritaba que no me apoyara demasiado, porque me ensuciaría, y entonces volvía al compartimento con ella y con Vati, que estaban sentados con Gisela. A ella no la escuchaba, me daba vergüenza… apreté la oreja contra el vidrio para apagar su voz… Era mi primer viaje de verdad en tren… En realidad mi primer viaje en tren lo hice cuando tenía cinco años y fui con Vati al balneario de Urach y de vuelta a Basilea, pero sólo lo recuerdo por la tapicería dorada del vagón de primera… Era ahora cuando veía cómo era Basilea al entrar en un auténtico vértigo. Primero como una gruesa serpiente de color verde grisáceo que corre hacia atrás medio por la tierra, medio por el aire… hacia una inmensa trompeta succionadora allí detrás… un auténtico despedazamiento, una tormenta, un huracán. Después miré la bola de cristal que navegaba lentamente por el cielo. No podía asegurar si era la cúpula de Mustermesse o la estación central de tren. Debajo del tren serpenteaban las casas… reconocí algunas, pero solamente de la parte de la calle. Lo que dejábamos atrás era más interesante que lo que se aproximaba. Por eso giré la cabeza… El tejado estrellado de Porte St. Alban golpeó en el aire. Por allí debajo había corrido como mínimo mil veces de acá para allá… Adieu, adieu… después apareció ante mí una calle larga, quizás la rue della Courrone… con sus casas, todo envuelto en un color amarillo de gas o de sulfuro… Una reja se levantaba cada vez más alta en la ventana hasta que ocupó toda la vista con numerosas pistas rojas de tenis… Alguna vez había venido aquí con Vati por un hondo camino y en la sombra contemplábamos a las parejas jugando al tenis… Las imágenes en la ventana se alternaban rápidamente, como si yo tuviera cada vez más ojos… Las copas de los árboles empezaban a multiplicarse y antes de haber visto claramente que estaban en un terreno negro, lleno de bicicletas y de bancos, oí gritos, chillidos, un murmureo de chapoteo mientras el vagón seguía adelante sobre el blanco muro de Eglisee. Estaba lleno de nadadores con gorros, de pelotas en el agua y de bañistas en las escaleras, a lo largo del muro… No veía la gran pelota blanca con agarraderas con la que aprendí a chapotear en el agua, cuando venía con Margrit… Alcancé a verla precisamente en un rincón, en la hierba y con un montón de brazos que se esforzaban por cogerla… Apareció un campanario del que pendían unas cuerdas con pequeñas banderas… aunque el vagón ya había pasado el tejado de Eglisse con su ancho arco, divisé todavía algunas piernas en el tejado, los pies de un hombre… Después los árboles con sus copas cubrieron la bulliciosa cuenca.
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