I avui m’arriba la notícia d’un altre gran poeta
que ens deixa. En aquest cas, deixa un buit poètic i personal. Encara que ens
vèiem de tant en tant, des que vaig viure a Ljubljana vaig mantenir contacte
amb Tomaž Šalamun. La primera vegada, quan el vaig conèixer, va ser durant un sopar,
que encara recordo ara, entre diverses llengües, el seu espanyol, el meu
eslovè, bon menjar i vi. Després, una visita a casa seva, on em va sorprendre
la quantitat de llibres que semblaven trobar el seu lloc no a les prestatgeries
sinó al terra, fent piles d’equilibri inversemblant. Més tard, alguna trobada a
Cracòvia, una altra visita a Eslovènia. En l'entremig, uns dies al Cosmopoética, compartint escenaris. I correus, sempre plens d’optimisme, de
projectes, de nous poemes. Ha estat un poeta tremendament prolífic, però en paraules
d’ell mateix, li agradava tant, escriure, i els poemes li demanaven de sortir,
així que havia de fer-los cas. I els altres correus, quan traduïa el seu llibre
Balada para Metka Krašovec. Ens veiem poc, ens separaven més de mil quilòmetres
habitualment, però la distància no tenia cap importància, ni el temps. Com ara,
que diuen que no hi és, i jo penso que encara el trobaré en algun punt de les
nostres geografies comunes.
De manera
excepcional, poso un poema ja publicat (ho feia quan apareixia una nova
traducció). En aquest cas, és l’immens poema que dóna títol al llibre, un poema
una mica llarg, és cert, però que demostra tota la força poètica d’aquest gran
autor eslovè.
Balada para Metka Krašovec
La última vez en
mi vida que perdí
la conciencia fue
el cuatro de enero por la tarde en
México. El doctor
Sava me agasajó
con una cena,
con Benito
Cereno,
con el desierto,
con la juventud
de Nolde y
con la historia
de cómo se convirtió en miembro
de la Melville
Society justo antes
que Borges,
mientras compraba
grasa para
Yugoslavia.
Una vez
publicamos juntos en Gradina.
¡Hola, Niš!
Pero realmente no
podía
escuchar ya que
no dejaba de pensar en
la carta que
había recibido de Metka Krašovec
por la mañana.
Una pequeña carta azul, escrita con
las mismas letras
como éstas.
Me desplomé bajo
la mesa.
A la mañana
siguiente la visité en
el hotel. Primero
le lancé un Krašovec
super down, una
especie de prometido
y familiar de
tercer grado.
Voló de regreso a
LA. No me gusta
el incesto. Me
puse la mochila
al hombro. Cavilé
sin parar por qué
me había
desmayado. La llevé toda una semana
por los autobuses
y para comer
le di de todo:
setas
sagradas y la
pirámide de la Luna. Conmigo se duerme
en el suelo duro
entre
los escorpiones,
pero también donde recoges
la fruta y
susurras, eres un color, eres un color.
Un día la
interrumpí:
con este chico
tengo que ir a Guatemala,
no ves que se me
ha aparecido como
Cristo. Yacíamos
en la arena en
el Caribe,
nosotros dos y un portugués de quien
he olvidado el
nombre. Ve, dijo ella. Siento
que me voy a
desmenuzar, y después de nuevo
me fundiré
contigo en la luz. Tuve
miedo. No fui a
ninguna parte. Y la llevé a dormir a un
motel que era el
centro donde reunían a la carne fresca
para la
prostitución de camino a Rio.
Seguía mirándome
tranquila a los ojos.
Mejor que mires al
cielo, mujer, qué buscas
aquí, grité, ya
hace tiempo que
te dije que aquí
ya no hay nada.
Temblé cuando fuimos
al Pacífico.
Salina Cruz, ventiladores,
los detenidos que
hacían
una red. Desnudo
vagabundeé por la arena.
Bolsas de
plástico violetas, el cielo, el cuerpo, todo
violeta. ¡Metka!
Le dije,
no puedes hacer
como si no lo supieras.
¡Lo sabes! ¡No
eches leña al fuego!
Vuelve a aquella
Academia.
Finalmente, me van a reprochar que
he sido yo quien
te ha echado. Tengo que trabajar,
harás sola el
viaje, le dije
cuando volamos
los dos de nuevo
desde Cancún.
¿Por qué pierdes
el olfato y el
sabor, religión?
Estáis locos.
Abronqué a Carlos, a Enrique y
a Robert,
¿queréis que esta mujer
me rapte y me
lleve de vuelta entre
los eslavos? Por
qué tienes tan buen
aspecto, me
preguntó cuando volvió
de Morelia. Y ya
no sabía
quién era la
abuelita y quién
el lobo. Llegarás
tarde a tus reuniones, es hora
de que vuelvas,
Metka. Y la acompañé
al aeropuerto.
Tenía miedo de que
ella estallara en
un espasmódico
llanto. ¡Adiós!
Pero a decir verdad también
a mí me faltaba
el suelo bajo
los pies. El consejo
de que me comportara
como cuando
estaba en Šiška era realmente
falso. Ya hace
mucho tiempo que no hay nadie
en Šiška.
La llamé por
teléfono.
Vengo a casarme.
Ven, me dijo
tranquila.
Por el auricular
del teléfono noté cómo me miraba fijamente.
Muy muy
alto era
el señor que me
tiró
el tarot, una
viejecita
de Persia me leyó
la mano.
Todos me dijeron
lo mismo.
Y estaba feliz.
Temblé
de frió. Y llamé
a la puerta de mi vecino,
Alejandro Gallego
Duval para decirle que
estaba feliz y
que temblaba
de frío.
¿Por qué vivimos
todos tan horriblemente juntos?
Junoš y Maja
dijeron:
no es tan bello
como lo ves tú, sino
extraño. Se
parece mucho a Metka
Krašovec. Volé a
Ljubljana el veintisiete
de marzo. Di
treinta y dos marcos
al taxista. Metka
estaba enferma y pálida.
Le devolví la
sangre. Y no me dejó llevar
el anillo de él,
quería que llevase solo
el de ella.
Con curiosidad
miré a mis testigos
de la boda. Me
acabé todos los licores
de los demás
huéspedes. Al menos,
de mi lectura en
Montenegro, ¿habréis comprado
una bonita tienda
de campaña? En Snežnik
aparecieron dos
ciervas.
Estoy aquí.
Mis manos
resplandecen.
Mi destino es
América.
En los bosques de
Saratoga, mayo de 1979
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